La conversación de los cuerpos (poesía)
Dos ediciones, Editorial Galerna, 1982 y 1983.
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Texto de la contratapa
En el presente libro, una vez más Braceli se vale de la poesía para ser habitante de este mundo. Se trata de una advertencia y un homenaje a la sangre, al pulso primordial. En el prólogo escribe: “A la Vida le queda poca vida: camino vamos de un Apocalipsis insípido, sin bomba, sin desbarajuste siquiera, un apocalipsis desmayado”. Para que eso, tan inminente, no sea suicidio consumado, apela, llama a “los imprescindibles desesperados, a las criaturas de estirpe despierta y violenta, las únicas capaces de recuperar la índole de todo calor y calentura, de sublevar la silenciosa masacre cotidiana, de reanudarle el semblante al planeta, de devolverle pulso al latido”. En otras palabras, lo único que puede salvar al “hombrecasipiedra” es la recuperación, la encendida memoria de su primordial sensualidad. Para eso, Braceli convoca a la abrazada y abrasada secta de los desesperados, porque ellos son, pese a todo, pese a tanto, los únicos todavía despiertos.

Dedicatoria del libro, y ombligo
Naturalmente, a ellos tres, hermanos en la desesperación, que siempre se dieron por aludidos y obedecieron a la sangre:
David H. Lawrence: santo de dios sin apellido, criatura tan porfiada que pujó y empujó hasta emerger la cabeza por entre la hojarasca del ruido, y entonces gritó algo, algo todavía por escucharse: “¡No es el cuerpo el que está equivocado!”.
Teresa Sánchez de Cepeda o Teresa de Jesús: mujer ardiente y ardida, con toda la sangre sumamente en las venas. La misma que dijo: “…a Ti iré sin tardarme, y a mí buscarme has en Ti. Y dijo: “Vivo sin vivir en mí,/ y de tal manera espero/ que muero porque no muero”. Y dijo: “Oh nudo que así juntáis/ dos cosas tan desiguales”. Teresa, la prodigiosa simuladora, la gran estratega de la pasión que apeló a la divinidad como coartada. La misma que al Hombre le cambió el nombre y lo llamó Dios.
Henry Miller: dañino, insultador, despertador, dignificante agresor. A aquel viejo Henry, capaz de tanto, me lo supongo también capaz, ahora, de convocar con alaridos, a una misma humeante comida, a los otros dos desesperados, David y Teresa… Así es, la mesa es de madera, claro, y a su comida le sobra el ajo. Abunda vino oscuro y el buen pan. El viejo Henry, riéndose a los ladridos, los ha sentado juntos, demasiado cerca. Comiendo, gozando ferozmente, les empieza a largar su sermón: “…por una u otra razón el hombre busca el milagro, y para lograrlo vadeará a través de la sangre… hijos, apretáos… la palabra debe convertirse en carne. El alma tiene sed.”
Pronunciabas verdad, Teresa, cuando gemías: “¡Oh, que no puede faltar / en el padecer deleite!”. Pronunciabas verdad, David, cuando rogabas: “Tenemos que vivir por muchos que sean los cielos que hayan caído sobre nosotros. Comamos, bebamos… quiero que el mundo entero sea azotado, quiero que todo el mundo se rasque hasta morir.”

(No sé por qué, no sé cómo, pero con pasitos tartamudos me he arrimado a la formidable trinidad de esta mesa, a la milagrosa violencia de ajo y del vino y, desde ella, así acompañado, veo lo pavoroso que hay que ver: camino vamos de un Apocalipsis insípido, sin bomba, sin desbarajuste siquiera, un Apocalipsis desmayado…
Pero el ajo y el vino son un pero, un sin embargo a la calamidad circundante. Y de repente ya no nos resulta pueril enarbolar alguna esperanza, la postrera esperanza: que los desesperados se encuentren, se encadenen, y así remonten el empecinado analfabetismo para lo primordial.
Los desesperados, los imprescindibles desesperados como Teresa, como David, como Henry, las criaturas de esa estirpe despierta y violenta, las únicas capaces de, a saber: recuperar la índole de todo calor y calentura, sublevar la silenciosa masacre cotidiana, reanudarle el semblante al planeta, devolverle el pulso al latido.
Los desesperados alabados sean, porque de ellos únicamente depende que haya sucesividad en esta magra eternidad que nos alumbra. Alabados sean ellos. Y todo hombre, y toda mujer.)

 
   
 
OPINIONES
 
 

SUSANA ESTHER SOBA
(Diario Clarín. 24 febrero 1983)
“Una fiesta. Una certidumbre de poesía. Un deslumbramiento total. Carne y levadura apacentada en ese continente tierno, desesperado y lúcido en el que habita Braceli. Goce, sí, de leer `La conversación de los cuerpos´, poemario fuerte, caliente, intenso de ganas, de fiebre vital, de desenfado. Fuerte y bello, que arroja sobre los límites precisos de la rutina y las tabulaciones éticas y estéticas a ultranza, un alto viento reparador, una llamarada audaz, un torrente de sentimiento vivo y tumultuoso que sacude toda inercia, toda hipocresía, toda palidez moribunda. Obra exaltadora de la vida, transitada por una sensualidad vigorosa y exultante. (...) Braceli ha lanzado sobre el adocenamiento chato y gris de tanto escriba presuntuoso, sobre esa medianía lamentable de tanto libro forzado y vano, este grito jubiloso, esta caricia cósmica, esta sensación profunda de que no todo está perdido cuando el verbo puede alzarse con tanta claridad y hermosura.”
Sobre el ESPECTÁCULO:
El Ciudadano, en Palermo Viejo, con Alicia Bruzzo y Hugo Guerrero Marthineitz - 29 de agosto 1982

EDUARDO MILEO
(Revista Humor, septiembre 1982)
“La temática de esta obra se hace a la comprensión de la esencia de la poesía. ¿Qué significa esto? Que habla de aquellos elementos que conforman y aprietan el nudo central de lo poético: el tiempo, el amor de los amantes. Al igual que los amantes de Rilke, los de Braceli conforman un tiempo original. Un tiempo que no progresa. El tiempo del espíritu. Al nombrar a los amantes Braceli los transporta desde el tiempo original hasta nuestros días y luego los devuelve al origen. Este espectáculo, `La conversación de los cuerpos´, es un himno. El tratamiento de la palabra le confiere a veces tono de órgano, a veces de guitarra, pero siempre de colores apasionados como los cuerpos que nombra. La poesía está ahí: esperando.”

JORGE CALVETTI
(Diario La Prensa, 11/9/82)
“La filosofía de este espectáculo no puede ser materia de discusión. Se la comparte o no. En nuestro caso, la compratimos fervientemente, para decirlo con etimología pensada. Erige su excelencia el bello texto de Braceli, ¡qué duda cabe!”

 
 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
En La Peluquería, San Telmo, con lectura de Rodolfo Bebán e Inda Ledesma, con música de Jorge Valcarcel, el 20 de junio 1982.

EL ESPECTÁCULO:
Realizado en El Ciudadano, con la actuación de Hugo Gerrero Martinheitz y Alicia Bruzzo, con música, guitarra y voz de Jorge Valcarcel, 1983.