Ciento un años de soledad.
La entrevista como ficción y ensayo.

Capital Intelectual y Ediciones EPC de Periodismo
y Comunicación,  Buenos Aires, 2012
 
 

ORDEN DEL LIBRO

Primera Parte
Prólogo: La entrevista, ¿un género en extinción?
Apuesta: la entrevista como ficción y como ensayo
1.La entrevista verdadera  (a Gabriel García Márquez, 1996)
El escritor en su laberinto
2.La entrevista-ficción (a Gabriel García Márquez, 2029)
Ciento un años de soledad
Segunda Parte
Introducción. La entrevista-ficción como ensayo
Ensayo emergente / Trans-ensayo
Con Oliverio Girondo
Para buscarle la lógica la delirio
Con Juan Rulfo
Para averiguar si el Silencio es de silencio
Con Henry Miller
Para alcanzar la santidad, sexo mediante
Entre Van Gogh y Kafka
Para alzar la esperanza. Para desollar la esperanza
Posdata
La entrevista, recurso sí renovable

 
   
 

Primera parte
La entrevista como ficción
Prólogo

La entrevista, ¿un género en extinción?
Apuesta: la entrevista como ficción y como ensayo

Buen día. Aquí estoy para avisarles, rápido, que este libro tiene dos partes. Los textos de la primera son los de realización más reciente, 1996 y 2011; los de la segunda, más lejanos, despuntaron hace mucho más de cuatro décadas, en 1967, y se desataron en ese 1986 que nos dejó sin Juan Rulfo y Jorge Luis Borges.

En la primera parte,
entrego dos entrevistas que le hice a Gabriel García Márquez. La primera, “El escritor en su laberinto”,  sucedió realmente, en su casa de Cartagena de Indias, cuando me recibió en el setiembre de 1996. Fueron dos horas exactas de conversación, con el grabador a un metro, como testigo. La segunda, “Ciento un años de soledad”, es una entrevista ficcionada. Se trata de una conversación, esta vez ilusoria, que mantengo con GGM en la transición de los días 5 y 6 de marzo del 2029. En ese encuentro imaginario yo acabo de “secuestrar” al muy anciano escritor; lo he sacado de la sala de terapia intensiva de un hospital para trasladarlo a su casa. Don Gabo agoniza, pero sin soltarse de la lucidez; en horas va a cumplir sus ciento un años de edad, de soledad. El diálogo será arduo y por momentos bordeará la cordial discusión; por ejemplo, la de los límites entre el periodismo y la literatura. Todo el tiempo la puerta de calle se estará por abrir, merodea la presencia fugaz e inquietante de una pálida mujer que no pestañea. A todo esto, García Márquez, en esas horas, que al parecer son las últimas de su vida, intentará realizar algo imperioso que tiene muy pendiente y, que según él, lo “salvará del olvido”.

En la segunda parte,
entrego cuatro conversaciones ficcionadas con Oliverio Girondo, Juan Rulfo, Henry Miller. También desde la ficción urdo un encuentro entre Vincent Van Gogh y Franz Kafka, dos personajes que por sus diferencias de edades y sitios donde vivieron no pudieron conocerse.

Pronto, una aclaración,
antes de proseguir. Sobre todo en la Argentina, caemos en la confusión de denominar reportaje a lo que es entrevista. No se trata de lo mismo. El reportaje, como dice García Márquez, reconstruye el suceso, la noticia. Se elabora mediante la observación, la investigación palmo a palmo; va por el lado de la crónica.
La entrevista, en cambio, se basa casi exclusivamente en el puro diálogo, en la pregunta y respuesta. Cuando logra superar el mero interrogatorio, asciende a la conversación y, sólo a partir de ahí, consigue los climas que conducen a la liberación del entrevistado que se desata naturalmente.
Queda claro que la diferencia entre reportaje y entrevista es sustancial. La confusión es un síntoma de negligencia. Una cosa es el viñedo y otra cosa es el racimo, aunque por momentos compartan el mismo espacio.

 
Que la entrevista es un género en extinción,
es lo que en general se acepta, ya entrados en el año 2012. El mismo García Márquez prefiere sin disimulo, las raras veces que accede a una nota, que sea sin grabador (sin grabadora, como él la llama). No le falta razón: con demasiada frecuencia este aparatito se vuelve arma de doble filo: convierte al periodista en una especie de partenaire. Y el periodista-partenaire reduce lo que debiera ser conversación en mero interrogatorio atado a preguntas previamente pautadas. En ese ping pong la entrevista se jibariza, la conversación pierde su condición de tal en la medida en que el presunto periodista delega sus posibilidades en el exclusivo registro del grabador. En otras palabras, desactiva los cinco sentidos que debiera intensificar: no mira, no huele, no toca, no paladea, oye pero no escucha. Olvida que el grabador es sólo un grabador y lo que capta es la literalidad. Es un despilfarro del oficio conformarse con esa literalidad que no es todo, ni la mitad de todo, ni la mitad de la mitad. Aunque obvio, hay que decirlo: el grabador no huele, no toca, no paladea, no mira, apenas si escucha pasivamente. Cuando el periodista se reduce al grabador, se reduce a sí mismo. La entrevista así planteada no entrevé, no vislumbra, no husmea, no sondea, no va más allá de lo previsible (y de lo que el personaje decide por comodidad y conveniencia). Capta las palabras pero no los airecitos internos del lenguaje. No capta ni más allá, ni más acá de nuestras narices.
Difícil negar que la entrevista (a diferencia de la crónica y del reportaje) se ha vuelto un género cada vez más entregado a la comodidad del registro de un aparatito servicial. Un género, cada vez más abúlico y que, por eso, se encamina hacia la extensión si es que se pretende considerarlo como género literario. Las facilidades del grabador están comiendo por las patas a tantos periodistas que, acurrucados bajo la excusa, la coartada del necesario “distanciamiento”, se convierten en simples trasmisores de preguntas preestablecidas. Es por tanta pasividad que se esclerosan los famosos cinco sentidos. Entonces es el entrevistador-partenaire del grabador el que por estos tiempos hace que la entrevista, desteñida y con bajas pulsaciones, no alcance tantas veces a mover la aguja que garantizaría el merecimiento para acceder a la categoría de género.

Sin embargo,
que así sean las cosas, no significa que fatalmente tengan que seguir siendo así. Como hacedor de entrevistas me resisto a la resignación. Por supuesto que reconozco –y no me importa reiterarlo–, que la entrevista deja de tener la envergadura de un género si los presuntos periodistas oficiantes siguen bajándose las faldas y/o los pantalones, convertidos en abúlicos amanuenses del grabador. Esta actitud, entre negligente y vaga, desemboca en una rendición incondicional al discurso que cada personaje tiene incorporado como hábito. El personaje es el que usa al grabador y en el mismo acto transforma al periodista en propagador de su imagen, en vocero de sus ideas y actividades. A esta altura: el periodista, ¿puede seguir llamándose periodista?
Con un grabador, casete y pilas frescas, cualquier sujeto, munido de una docena de preguntas, puede hacer (perpetrar) una entrevista. Pero ahí está la cosa: si una entrevista, como dije, no supera la mera instancia del interrogatorio; si no ingresa en la conversación que puede llevar a un clima propicio para la confesión; si una entrevista no mira con los ojos y no mira con las narices y con los dedos y con las orejas, no es una entrevista genuina, es un simple tome y traiga, es un simulacro incoloro, insípido y sobre todo, inodoro. Es confusión del ruido con el sonido; menos que ceniza. Es matar el tiempo. Con lo que el tiempo vale.

   
No sólo no me resigno a la idea,
bastante generalizada, de la desaparición de la entrevista como género para convertirse apenas en un liviano relevamiento de ocasión. Además de no resignarme a esa triste inercia, propongo activarla abriéndole otros caminos: la entrevista como ficción y como ensayo. Es el propósito de los textos de este libro.

Una pregunta se me cruza y tengo que afrontarla: ¿puede la entrevista ficcionada aspirar a ser género literario? Sí que puede. Pero depende de qué se haga y se consiga con el procedimiento. Depende de que se elabore un organismo en respiración, que supere la estación del híbrido sin semblante y sin pulso.
Muchas veces García Márquez alzó, con entusiasmo, el concepto de que el reportaje puede ser un género literario. Sin duda una buena porción de su obra periodística merece esa categoría. Y a propósito: ya en 1948, Jean Paul Sartre lo consideraba y sin titubeos. En su libro ¿Qué es la literatura? escribió: “Creemos que el reportaje forma parte de los géneros literarios y que puede convertirse en uno de los más importantes entre ellos”. Mucho antes, un siglo más atrás, en 1845, Domingo Faustino Sarmiento publicaba su Facundo. Allí,con escritura prodigiosa, amalgamaba una novela que era reportaje, crónica, no ficción, por momentos puro ensayo, y siempre literatura.

Tal vez suene a desmesura,
pero pienso y siento que a la corta o a la larga la entrevista ficcionada (ensayo emergente) puede llegar a tener la consistencia de un género literario. Por ahí, en esa dirección rumbee, cuando escribí Ciento un años de soledad. En ese texto la entrevista encubierta propone otra vuelta de tuerca: la de la entrevista-ficción. Aquí la desarrollé a través del encuentro ilusorio con García Márquez, en el marzo del 2029.
¿Qué sentido tiene una conversación así planteada? El sentido depende de que el lector entre o no en el juego. A ese juego ficcional, o lo toma y se entrega a él, o lo deja. En definitiva: todo dependerá de que uno, periodista escritor, consiga lo primordial que se le exige a cualquier ficción: que por algún costado resulte verosímil y, por eso, encantandora.

El procedimiento. Doy cuenta
de los materiales que utilicé para tejer esta conversación ficcionada. Digamos que el tono y la modulación general me vino de la experiencia, directa, que tuve en el encuentro real de 1996 con García Márquez. Allí, a través de su gestualidad, de sus ritmos, del semblante siempre revelador de su voz, de esa suerte de electrocardiograma emotivo que brota de toda charla real, me aprovisioné de lo necesario para captarle ciertos matices que están en los pliegues menos visibles de su carácter. Con esa sustancia invisible, con esa levadura, fui a sembrarme, además, con la lectura de algunos de sus libros; preferentemente sus memorias, Vivir para contarla, y su reveladora conversación con la inteligencia entrañable de Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba. Aparte, fui de ida y vuelta por las páginas de El otoño del patriarca y de Cien años de soledad.
Esos libros, y el encuentro real de 1996, con Gabo me dieron, más que anécdotas, vivencias. De los libros entresaqué hebras, casi textuales, que tejí libremente en otro contexto, el ilusorio de una tarde noche del 2029. Esas hebras-frases, soltadas de su contexto original y después trasplantadas a una conversación ilusoria adquieren otra carga; el azar naturalmente las empuja a otra aventura que puede ser reveladora del García Márquez personaje. Porque ahora, en esta instancia de ficción, Gabriel García Márquez es el personaje. Personaje no de una novela o de un cuento, sino de entrevista ficcionada.

Antecedentes; mi experiencia
con esta modalidad del diálogo ilusorio al servicio de la entrevista-ficción, se remonta al 26 de febrero de 1967. En esa fecha, en una nota publicada en el suplemento cultural del diario Los Andes, de Mendoza, Argentina, conversé con el escritor Oliverio Girondo, fallecido semanas antes. Antonio Di Benedetto (maestro del idioma) era mi jefe por entonces. Me pidió que le hiciera una “necrológica”; me salió decirle que la música de la necrológica era una especie de herejía, no congeniaba con Oliverio. Di Benedetto me dio rienda y tiempo para escribir algo diferente al previsible tributo. Entonces me puse a dialogar muy libremente con frases, con hebras del libro Espantapájaros, totalmente sacadas del contexto del libro. Sin darme cuenta le estaba haciendo a Oliverio una entrevista ficcionada. Fue mi primera aventura por ese camino. Más adelante entrevisté con ese recurso, en una especie de resurrección, a Federico García Lorca. A partir del impulso de ese texto me solté  un poco más y ya en 1986 desemboqué en un texto teatral, Federico viene a nacer, que llegó al escenario. (Lo protagonizó Miguel Ángel Solá, acompañado por Titina Morales e Inda Ledesma. Inda dirigió aquello.)
A lo largo de 1986 emprendí otras conversaciones ilusorias, improbables, pero ilusionadas con el tráfico de la intertextualidad. En marzo de 1991 publiqué mi libro Fuera de contexto (editorial Galerna, Argentina). En él reuní mis entrevistas-ficciones a Girondo, a Juan Rulfo y Henry Miller. Y me arriesgué a más: junté en un diálogo imaginario a Vincent Van Gogh con Franz Kafka. A estos textos los retomé; constituyen la segunda parte de este libro. En una introducción a esa parte me detendré para desarrollar el concepto de la entrevista-ficción como ensayo emergente. Porque soy del parecer que la entrevista puede ser ficcionada y, desde ahí, convertida en herramienta para el ensayo.

La entrevista ficcionada, un atajo teatral.
Volviendo a García Márquez: en Ciento un años de soledad, el texto del encuentro imaginario que aquí presento, me deslicé sin el menor esfuerzo hacia climas propios del teatro. García Márquez aquí, como dije, opera como personaje, y yo, el autor que urde este encuentro, también entro en esa instancia. El objetivo del ensayo, ¿cuál sería en este caso? Descubrir la fuerte condición de poeta que esconde, pero que sin embargo motoriza las crónicas, reportajes, cuentos y novelas de García Márquez. 

Resumiendo:
pienso que la entrevista, como género, no está muerta y puede todavía vadear la anunciada extinción que, por su esclavitud al grabador y al cuestionario, y por propia inercia, muchos le vaticinan.
No sólo eso: me atrevo a redoblar la apuesta y propongo como posible camino revitalizador la entrevista como ficción. Claro, esto siempre y cuando se consiga la imprescindible verosimilitud. Y, desde adentro de esa ficción, la entrevista puede ir por más y transformarse en subterráneo modo, herramienta, de ensayo.
Nadie dijo (y si así fuera no hay por qué acatarlo) que el ensayo y la entrevista tengan que resignarse por los siglos a ser Cenicientas de los géneros. El ensayo tiene el derecho y el deber de ensayarse a sí mismo. La entrevista también tiene ese derecho y ese deber. En nuestro caso el deber comienza cuando el periodista, no sólo se procura pilas frescas para su servicial grabador, sino que, antes de  salir de su casa rumbo a la faena, se revisa.
¿Para qué se revisa?
Para no dejarse ninguno de los cinco sentidos olvidados; ninguno. Y el corazón tampoco, naturalmente.


RB

(en el enero del 2012)

Segunda parte
La entrevista-ficción como ensayo
ENSAYO EMERGENTE / TRANS-ENSAYO
(¿Por qué el ensayo no ensaya?)

En el prólogo a la primera parte quedó planteada la posibilidad, palpable, de que la entrevista, de seguir reducida a la desgraciada suerte del grabador, sea nomás, como se anda diciendo, un recurso periodístico de ocasión, algo que no alcanza a ser un género y, de serlo, en extinción.
Como hacedor de entrevistas (espero que no respondiendo a mi amor propio herido) me resisto a ese triste destino: pienso que la entrevista puede ser mucho más que un liviano recurso ocasional, y bastante más que un divertimento llenador de páginas y espacios radiales y televisivos. Para eso, debe el sujeto entrevistador recuperar para su ejercicio la posesión activa de los cinco sentidos.
Y aquí redoblo la apuesta y propongo: la entrevista como ficción y, a partir de ella, la entrevista-ficción como herramienta de ensayo.
En esta segunda parte doy cuatro textos que se arriesgan a esto: entrevistas ficcionadas, en cada caso al servicio de una propuesta de ensayo.

La juntada de Van Gogh con Kafka,
¿adónde apunta?, ¿qué sentido tiene? Desde que leí ese libro luminoso que contiene las cartas de Vincent a su hermano Theo, me sorprendió en Van Gogh su denodada voluntad para el optimismo. Además, cierto ejercicio de sensatez, si por sensato se entiende el razonar con denuedo la cotidianidad.
No sólo eso: me sorprendió encontrar en Vincent a alguien más que el previsible hombre torturado, llagado por afuera y por adentro. Si se atiende a la travesía existencial de sus siempre alumbradoras cartas se advierte algo impensado para este artista: en muchos pasajes de su corta pero intensa vida, hasta se cruzó con la dicha, por qué no pronunciarlo, con la felicidad, y la paladeó. Creo que –si es lícito usar para cualquier ser humano esa desmesurada palabra–, el hombrecito pintor no sólo fue feliz sino que, además, se dio cuenta de que estaba siéndolo. Optimismo, sensatez en la administración de lo cotidiano, felicidad consciente, parecen palabras desatinadas, incompatibles con Van Gogh, el pintor de los arduos trigales, el mismo que se bebía el agua de sus pinturas y el combustible de su estufa; el que se rebanó una oreja, puso su mano sobre el fuego de un candil y terminó sus días y sus noches concediéndose un balazo en el corazón.
A estas apreciaciones, a primera vista cercanas al disparate o al exabrupto, yo necesitaba explicarlas reflexivamente, fundamentarlas. Pensé en abordar esa tarea a través de un ensayo. Pero escribir un ensayo analizando, citando, proponiendo tesis, me pareció insuficiente, magro y hasta tedioso para tanto como intentaba decir. Necesitaba argumentar desde la acción del diálogo. Entonces decidí hacer un ensayo emergente. O un ensayo al revés. Enfrenté para eso a Van Gogh con alguien de su estatura en la lucidez y en la desesperación, Franz Kafka, un tremendo atleta de la densidad y de la pesadilla, notable a su vez por su voluntad para el nihilismo.
La entrevista-ficción surgió del entrecruzamiento de los dos, aboliendo sus edades, sus nacionalidades. Entretejí una conversación ilusoria, realizada con frases entresacadas, siempre textuales, pero fuera de contexto, frases procedentes de sus escritos. Lo que brota de Vincent procede de sus Cartas a Theo. Lo que dice Kafka lo hurgué de sus Cartas a Milena, Él y El Proceso. Van Gogh y Kafka se están entrevistando cuando dialogan febrilmente sobre la libertad, la creación, el pecado original, el sentido de la vida. En la ficción de esa conversación –por momentos pulseada–, Van Gogh se obstina en un propósito: convencer a Kafka para que desista de su vértigo funesto; concretamente trata de evitar que se suicide. Justamente Van Gogh empeñado en semejante faena. El porfiado entusiasmo, el tenaz optimismo de ese pintor que siempre tenemos por alguien que oscila entre el dolor y la angustia, intenté demostrarlo en la acción de un diálogo, en el contraste que ofrecía el contrapunto cavernoso y pertinazmente funesto del autor de La metamorfosis.
Y me interesó reflejar, a través de ese tome y traiga de dos lúcidos en carne viva, la celebración del trabajo que hace Vincent, su porfiado empeño por encontrarle un sentido a la inexplicable vida, la conmovedora voluntad de su optimismo. Vaya paradoja.

¿Qué busco con los otros
personajes? Con el inapresable Juan Rulfo, diálogo mediante, desde el propósito del ensayo, apunto a sondear esa zona difusa de la ambigüedad física y metafísica entre el más acá y el más allá. Pretendí averiguar si el Silencio es de silencio, entresacando de su Pedro Páramo.
Con el desmesurado Henry Miller traté de evidenciar la búsqueda de la salvación, de la santidad conseguida furiosamente, sexo mediante. Siguiendo esa dirección puede advertirse hasta qué punto la exasperada sexualidad de Miller es una forma de religión. Las frases de Miller, mientras comparte el vino conmigo, las escarbé en su Trópico de Cáncer.
En el diálogo ilusorio con Oliverio Girondo, a través de su libro Espantapájaros, busqué capturar la subversión de lo real, expresada en un delirio convertido en normalidad. Oliverio, como pocos, zancadilla lo cotidiano, lo petardea, lo redime en catástrofes que amasijan escombros y alaridos y pus. A la realidad la revierte y la subvierte, la somete a infinidad de drenajes y así, increíblemente la rescata, la valoriza y la dignifica. El diálogo con Girondo (que urdí periodísticamente en 1967 y que ahora retomo), adquirió otras, inesperadas, significaciones cuando esta condición humana que somos, atravesó el limbo del infierno en los eternos años que siguieron a 1976. Ciertamente el Oliverio de Espantapájaros se anticipó, y describió a esta patria idolatrada donde se caminó por un suelo que metro a metro ocultaba cadáveres, donde se naturalizó el aquelarre de cuerpos violados de todas las formas imposibles.

(Deseo advertir que al recurrir a la transtextualidad procuré siempre la conversación. Es decir, evité la comodidad, tan frecuente y desabrida del interrogatorio estático. Ese que se fabrica tomando largas parrafadas y encajándole después, arriba, una pregunta simuladora de diálogo. Huyo de ese procedimiento, porque es el mismo que está condenando a la entrevista convencional a ser un género sin pulso, en extinción.) 

¿Por qué quedarse en el molde?,
pregunta que vale para la entrevista, tan venida a menos por su propia responsabilidad. Y vale para el ensayo. Es decir: ¿Por qué, como género, el ensayo no se ensaya? ¿Por qué se queda en el molde de la ortodoxia de su molde?
Tal vez porque el molde le resulta todavía satisfactorio y no necesita buscarse nuevos caminos. Tal vez porque nos hemos afincado en la comodidad de creer que el género ensayístico no tiene por qué distraerse en búsquedas que no sean las del estudio sistemático de otros géneros, pero no de sí mismo.
Pienso que no es temprano ni tarde para empezar a considerar la necesidad de que se abra, se exponga, se dé a sí mismo alguna vuelta de tuerca, se lance por los aires sin red; en fin, se preste a ensayarse en otras formas de abordaje.
Las conversaciones-entrevistas ilusorias que integran este libro encarnan intentos de ensayos emergentes o trans-ensayos. No ensayos hacia sino ensayos desde.
En el ensayo tal cual lo concebimos desde siempre, se analiza un tema, se propone una teoría, se la fundamenta, se la desarrolla. Otras veces se investiga sobre la base de una tesis. Es decir que casi siempre se está al servicio de una propuesta ya consumada. La participación del lector es acotada. Puede tomar o rechazar lo reflexionado. No tiene márgenes ni estímulos para más.
A partir de estos diálogos ilusorios, tejidos mediante la transtextualidad, el lector puede hacer algo más que tomar o rechazar. Puede intervenir hasta con su emoción. Puede ser provocado, movilizado, estimulado por otras vías. ¿Por qué no intentar otros abordajes en el ensayo, estimulando esa participación, soltando resortes no habituales?

¿Y qué pasa con el autor
que urde con inefable insolencia?
Pasa que comienza con un propósito más o menos definido y, cuando quiere acordarse, se encuentra arrastrado por el prodigioso azar de la conversación. Llega el momento en que el autor-titiritero es empujado, desplazado, por los personajes que él cree digitar. El autor-entrevistador empieza por ser algo así como un ladrón de frases, irrespetuoso y candoroso, y con el correr de los diálogos termina por ser él mismo un títere a merced de las palabras presuntamente robadas.
En esta urdimbre, la prodigiosa colaboración del azar provoca asociaciones impensadas. Uno, como autor de esta puesta en escena verbal, como dije, cree candorosamente que maneja los hilos, pero de pronto los hilos lo manejan. En tales casos, ¿el autor que hace? No se frena. Se deja tejer por su propio tejido. Resulta fascinante comprobar cómo frases escritas en otros ámbitos, para otros fines, terminan ahora buscándose, contestándose, embarazándose, regenerándose entre sí.
A esta atura no nos podemos quejar por falta de autores: ya tenemos tres: el  autor elegido para cada diálogo, el autor que fragua los diálogos y el autor-lector. Pero hay un cuarto autor, el azar.
Y a las frases desgajadas de su organismo originario y trasplantadas a estas conversaciones ¿quién las carga?, ¿el diablo? Vaya uno a saber. Lo cierto es que se cargan de otro color, de otro pulso, de otra tensión, cuando se incorporan al flujo y reflujo de la conversación fraguada. Resulta entonces que, a pesar de la textualidad, de la literalidad que encierra el entrecomillado, esas frases se re-nacen en el existir de otro texto. Y al re-nacer nos pueden llegar a servir de  inesperadas llaves para abrir algunas cerraduras, para intuir, para alumbrar o vislumbrar recodos de estos personajes que, utilizando los caminos del ensayo ortodoxo, tal vez no hubiéramos conseguido entrever.

(Una acotación. Aparte de lo enumerado, creo que estas entrevistas ilusorias, ensayos emergentes pueden nutrirse, enriquecerse, también, llegado el caso, asimilando recursos propios de la tensión dramática del teatro. Pero no sólo lo teatral, estas conversaciones con palabras prestadas pueden, además, convertirse en una suerte de ejercicio pariente del psicoanálisis. Ejercicio de ida y de vuelta, puesto que el sujeto psicoanalizado puede llegar a ser no sólo el personaje convocado a la charla sino también el autor.)

No estoy proponiendo esta forma de plantear entrevistas y, desde ellas, ensayos, como infalibles herramientas de entrevistar y de ensayar. Trato de sugerir que a esta forma poco usual no debiéramos descartarla como una posibilidad posible dentro de las todavía estrechas y estáticas variantes que ofrece el género anquilosado de la entrevista y el género academizado del ensayo.

Experimentar, sí, pero
¿para qué? Arranqué con un interrogante que se embarazó de otro. Retomo: ¿por qué la entrevista corre peligro de extinguirse como género? y ¿por qué no ensayarla como ficción y, desde la ficción, convertirla en ensayo?
Pero no hay caso, los interrogantes se suceden, y hay que afrontarlos: ¿por qué el ensayo, como género, permanece tan aquietado, tan acostumbrado a sí mismo, tan satisfecho con sus presuntos límites, tan aquerenciado en las avenidas previsibles, tan conforme con su molde? ¿Por qué el ensayo, como género, no se permite soltar ciertas ataduras? ¿Por qué no sacude el esqueleto y se desafía y se autoestimula transgrediendo vitalmente su forma ortodoxa de operar? ¿Por qué no se afloja de una vez el nudo de la corbata que por momentos tan educadamente lo estrangula y por qué no se saca el sombrero ni para respirar?
Perseguir lo novedoso por lo novedoso es un modo frecuente de banalización. No estoy proponiendo la experimentación por la experimentación misma. Se trata de afrontarla al servicio de. Se trata de que el riesgo nos haga tentar la posibilidad de hurgar más adentro, más hondo. De perturbar, de inquietar, de penetrar más. De arriesgarse a descubrir más.
En nuestro caso esta aventura se propone a partir de conversaciones urdidas con hebras de frases textuales sacadas de contexto y arrojadas al viento tal vez provocador de otros pensamientos, de otras cadenas de razonamientos y hasta de otras emociones que, tal vez, por la ruta previsible y acostumbrada de la formulación ensayística no alcanzaríamos.

A esta altura ya podríamos
ampliar el interrogante inicial: ¿Por qué el género ensayístico, entrevista ficcionada mediante, no se va a permitir las aventuras expresivas de los otros géneros, que sí vienen transgrediendo y reinventando su propio molde? En suma: ¿por qué privar a la entrevista y al ensayo de la aventura de ensayarse en otros caminos?
No se trata de buscar la originalidad fabricada, voluntarista. Se trata de concederle a la entrevista la posibilidad de la ficción y, con ella, del ensayo. Justamente: el ensayo suele analizar, estudiar, detectar y exaltar con entusiasmo las provocaciones que se imponen otros géneros literarios. Toda una paradoja: ¿por qué el ensayo no se permite eso que, sin embargo, busca y exalta en los otros géneros?
Por esto me parece lícito –más que lícito, saludable– el atrevimiento de estas conversaciones emergentes, trans-ensayos, o como quiera llamárseles. Las buenas lenguas andan diciendo, desde el fondo de los tiempos, que somos de albedrío. De acuerdo: entonces, como periodistas entrevistadores, como ensayistas, somos dueños de usar esa libertad para hacernos cargo de ella, y aventurarnos. O no.
Esta es nuestra cuestión: por qué no hacer convivir más a menudo el pensamiento sistemático con cierto azar (aparentemente digitado). El azar también tiene sus razones, prodigiosas. Por qué no provocarlo para que nos abra su nuez y brote sus escondidas semillas. En fin, por qué no dejar que la entrevista se arriesgue a la ficción y desde ella mute en un ensayo liberado de corsés y corbatas y almidones, que se desafía, salta sin red y renueva su vida mientras ensaya diferente. Todo es imposible hasta que es posible.
En este libro, en el asalto a García Márquez, a Girondo, a Rulfo, a Miller y a Van Gogh con Kafka, propongo cinco intentos.
¿Qué esta transfusión de géneros es un mero disparate sin brújula?
Respondo: que los géneros hagan su vida y me dejen hacer la mía. Al fin de cuentas, todo esto es un juego como cualquier otro; mientras la vida insiste en continuar.

RB
en el marzo de 2012

 

Posdata
La entrevista recurso sí renovable

Algo se me quedó en el tintero del teclado y ahora lo escribo: por más que la entrevista como género vaya, según se insiste, camino de la extinción (por la cómoda desidia de tantos periodistas que se resignan a ser meros partenaires del servicial grabador); por más que por esa penosa comodidad la entrevista se prive del uso imprescindible de los cinco sentidos del profesional; por más que eso siga sucediendo en general y despilfarre sus posibilidades de buceo, no desaparecerá como género. En todo caso seguirá siendo una tentadora aventura pendiente.
¿De qué aventura hablo?
De la más difícil, la de escuchar al otro.
Sí, porque escuchar al otro, según pasan los siglos y los milenios, sigue siendo mucho más difícil que el mentado camello bíblico entre por el ojo de la aguja.
¿Escuchar cuándo?
Escuchar al otro en la tensión agudizada de las ideologías;
en la rivalidad de las álgidas fronteras;
en el ciego cobijo de los fundamentalismos religiosos;
en las fricciones del menudo vivir.
Ni hablar en el matrimonio.
Precisamente, escuchar al otro, un acto tan agudamente difícil, constituirá siempre  la matriz de esa aventura apasionante que es, que debe ser, la entrevista.
Si reconocemos que ese ejercicio es un acto siempre pendiente de la condición humana, entonces, la entrevista como género, lejos de extinguirse tiene un futuro hondísimo, más venidero y lejano que, por ejemplo, el del petróleo, recurso no renovable.
Convengamos, en suma, que la entrevista es un género que, además de no estar sumido en agonía, tiene, en la aventura prodigiosa de escuchar al otro, la vida por delante. Naturalmente, mientras haya vida entre los bichitos y las agüitas y los pajaritos, y los humanos.  

 

CONTRATAPA
En la primera parte de este libro, Rodolfo Braceli nos ofrece dos entrevistas a Gabriel García Márquez. La primera ocurrió en su casa de Cartagena de Indias en septiembre de 1996. La segunda, en el mismo lugar, entre el 5 y el 6 de marzo de 2029, a horas del cumpleaños número 101 del escritor. Una fue real; la otra, claro, ficcionada.
En la segunda parte se suceden tres conversaciones: con Oliverio Girondo, Juan Rulfo y Henru Miller, y un encuentro entre Vincent van Gogh y Franz Kafka. Todo ilusorio, pero tejido con hebras textuales entresacadas de sus escritos.
A través de su maravillosa pluma, lo que  Braceli nos intenta decir es que la entrevista como género no ha muerto, pero que, urgente, hay que revitalizarla. Y nos propone abrirle otros caminos por el lado de la ficción y del ensayo.


COMENTARIOS
Enrique Butti, Diario El Litoral, Santa Fe.

“Hay en “Ciento un años de soledad” textos todos intensos, donde leemos fragmentos dignos de subrayado y celebración (no importa si realmente pronunciados con el aliento vital o imaginado, si realmente pronunciados o extractados de los escritos de los artistas entrevistados). Entrevista real o mediúmnica, ensayo y ficción,  lo que importa en este libro de Braceli es la aventura. ‘¿De qué aventura hablo?,  de la más difícil, la de escuchar al otro.’“

Sergio Marelli, Radio FM Futura, La Plata.
“La entrevista como ficción y ensayo” es el subtítulo de “Ciento un años de soledad”, el libro que acaba de publicar Rodolfo Braceli. Pero también podría haberse subtitulado: “La entrevista como puesta en escena” o “La entrevista como otro nombre de la poesía”. Braceli devuelve la entrevista a su olvidado origen: la curiosidad de saber quién es el otro, el diálogo que nos vuelve prójimos, el caminar con lo descalzo del alma por la intimidad ajena para volver con las manos llenas de confesiones entrañables y palabras inmemorialmente guardadas. No es un mercenario de la primicia ni un descuidista  de la emoción, es un buscador de palabras que dicen lo que no puede el silencio. No adiestró el ojo para delatar lo que el pudor esconde, sino para descubrir el carozo dentro del fruto, el recuerdo que navega en lo más hondo de la sangre, el sueño humillado por los años pero que aún sigue siendo sueño y brilla como la luna que cuelga de la rama más alta de la noche.
García Márquez se nos vuelve más entrañable aún, más iluminado de ternura, más sabio de ademanes, más alto de palabras, más entero de corazón. Todo gracias a ese talento innato de Rodolfo Braceli de curiosear los pliegues más ocultos de sus entrevistados, y contarnos lo que ve con sus cinco sentidos con una prosa que relampaguea de poesía. Pero también dialogan en este libro, con Braceli o entre sí, Oliverio Girondo, Henry Miller, Juan Rulfo, Van Gogh y Kafka; compartiendo todos una misma patria y un mismo tiempo. Una patria que no sabe de mapas, y un tiempo que ignora hermosamente las cronologías.
Cada entrevista es una puerta abierta a la poesía que cada ser humanamente lleva dentro de sí, por el sólo hecho de estar vivo. Y Rodolfo Braceli, nos abre esa puerta, para que salgamos a jugar. Es decir, a vivir. “

Alberto Catena, Revista Cabal.
La propia práctica del propio Braceli, lejos uno de los mejores entrevistadores que ha dado este país, si uno debiera solo atenerse a esa especialidad y olvidar que es también autor teatral, novelista y escritor de muchos registro, constituye una prueba palpable de que la entrevista es una y otra vez un filón en eterna floración, al que el periodista le concede el talento de su escritura, pero antes la del oído atento, ese acto de suprema concentración para encontrar los puentes que a través del diálogo llevan a la mejor convivencia de los seres humanos.
En este libro, la primera entrevista, la real, es una verdadera obra de artesanía periodística, mezcla de talento inusual para charlar con alguien que era refractario a las entrevistas, de apuntes y observaciones de clima y la confección de una lenta y sutil telaraña que termina por atrapar al Premio Nobel y entregarse al diálogo con confianza y laxitud, punto en el que un diálogo puede desembocar en esas sorpresas o hallazgos que el periodista tanto busca y que justifican haber conversado con un artista. La otra (el encuentro ficcionado que se realiza entre el 5 y 6 de marzo del 2029) es una travesía por distintos temas a los que nos lleva la fantasía desatada de Braceli y  que genera confesiones del autor de Crónica de una muerte anunciada, tan reales y verosímiles como aquella en la que admite su placer por ser reconocido como poeta.
En cualquiera de las dos vertientes por las que nos lleve este gran escritor que es Braceli, el lector se sentirá sacudido por el leve oleaje de una escritura que, aunque es espuma de prosa en la superficie, está sostenida desde lo más hondo por las corrientes cruzadas de un estremecimiento que es siempre poético, agitador del alma.

Diario La Capital de Mar del Plata, Suplemento Cultura, Domingo 22/7/2012.
UN LIBRO DEDICADO AL GÉNERO DE LA ENTREVISTA
Braceli sorprende con "Ciento un años de soledad"

Asegura que la ficción y el ensayo pueden revitalizar a la entrevista. Su nuevo
libro presenta dos conversaciones con García Márquez y otras con Oliverio Girondo, Juan Rulfo y Henry Miller y un encuentro entre Vincent Van Gogh y Franz Kafka.


Acaba de aparecer en las librerías un nuevo trabajo del excelente periodista y escritor Rodolfo Braceli. Se trata de "Ciento un años de soledad. La entrevista como ficción y ensayo".
En la primera parte de este libro, Rodolfo Braceli ofrece dos entrevistas a Gabriel García Márquez. La primera ocurrió en su casa de Cartagena de Indias en setiembre de 1996. La segunda, en el mismo lugar, entre el 5 y el 6 de marzo de 2029, a horas del cumpleaños número 101 del escritor. Una fue real; la otra, claro, ficcionada.
En la segunda parte se suceden tres conversaciones: con Oliverio Girondo, Juan Rulfo y Henry Miller y un encuentro entre Vincent Van Gogh y Franz Kafka. Todo ilusorio, pero tejido con hebras textuales entresacadas de sus escritos. A través de su maravillosa pluma, lo que Braceli intenta decir es que
la entrevista como género no ha muerto, pero que, urgente, hay que revitalizarla.
Y propone abrirle otros caminos por el lado de la ficción y del ensayo. "Braceli me hizo el mejor reportaje de mi vida", reseñó alguna vez Adolfo Bioy Casares. "Es el más original entrevistador de nuestro tiempo", dijo Jorge Fernández Díaz.
El mismo Braceli dice que se acepta que la entrevista es un género en extinción. "Es lo que en general se acepta, ya entrados en el año 2012. El mismo García Márquez prefiere sin disimulo, las raras veces que accede a una nota, que sea sin grabador (sin grabadora, como él la llama). No le falta razón: con demasiada frecuencia este aparatito se vuelve arma de doble filo: convierte al periodista en una especie de partenaire. Y el periodistapartenaire reduce lo que debiera ser conversación a mero interrogatorio atado a preguntas previamente pautadas. En ese ping pong la entrevista se jibariza, la conversación pierde su condición de tal en la medida en que el presunto periodista delega sus posibilidades en el exclusivo registro del grabador. En otras palabras desactiva los cinco sentidos que debiera intensificar: no mira, no huele, no toca, no paladea, oye pero no escucha. Olvida que el grabador es sólo un grabador y lo que capta es la literalidad".
Y el mismo Braceli agrega que "es un despilfarro del oficio conformarse con esa literalidad que no es todo, ni la mitad de todo, ni la mitad de la mitad. Aunque obvio, hay que decirlo: el grabador no huele, no toca, no paladea, no mira, apenas si escucha pasivamente. Cuando el periodista se reduce al grabador, se reduce a si mismo. La entrevista así planteada no entrevé, no vislumbra, no husmea, no sondea, no va más allá de lo previsible (y de lo que el personaje decide por comodidad y conveniencia).
Capta las palabras pero no los airecitos internos del lenguaje. No capta ni más allá, ni más acá de nuestras narices. Difícil negar que la entrevista (a diferencia de la crónica y del reportaje) se ha vuelto un género cada vez más entregado a la comodidad del registro de ese aparatito servicial. Un género cada vez más abúlico y que por eso, se encamina hacia la extinción si es que se pretende considerarlo
como género literario. Las facilidades del grabador están comiendo por las patas a tantos periodistas que acurrucados bajo la excusa, la coartada del necesario "distanciamiento", se convierten en simples transmisores de preguntas preestablecidas. Es por tanta pasividad que se esclerosan los
famosos cinco sentidos. Entonces es el entrevistador-partenaire del grabador el que por estos tiempos hace que la entrevista, desteñida y con bajas pulsaciones, no alcance tantas veces a mover la aguja que garantizaría el merecimiento para acceder a la categoría de género".

LA ENTREVISTA NO ESTÁ MUERTA
Por otra parte, el periodista señala que la entrevista, como género, "no está muerta y puede todavía vadear la anunciada extinción que por su esclavitud al grabador y al cuestionario, y por propia inercia, muchos le vaticinan.
No sólo eso: me atrevo a redoblar la apuesta y propongo como posible camino revitalizador la entrevista como ficción. Claro, esto siempre y cuando se consiga la imprescindible verosimilitud. Y desde adentro de esa ficción, la entrevista puede ir por más y transformarse en subterráneo modo,
herramienta, de ensayo. Nadie dijo (y si así fuera, no hay por qué acatarlo) que el ensayo y la entrevista
tengan que resignarse por los siglos a ser cenicientas de los géneros. El ensayo tiene el derecho y el deber de ensayarse a sí mismo. La entrevista también tiene ese derecho y ese deber. En nuestro caso, el deber comienza cuando el periodista no sólo se procura pilas frescas para su servicial grabador,
sino que antes de salir de su casa rumbo a la faena, se revisa".

"Lo Único malo de la muerte es que es para siempre"
Revista Veintitres 19/07/2012

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  TIEMPO ARGENTINO

Ciento un años de soledad. La entrevista como ficción y ensayo.

(Capital Intelectual y Ediciones EPC de Periodismo y Comunicación,  Buenos Aires, 2012)
Por Mónica López Ocón

No es demasiado frecuente que un periodista  acostumbrado a la presión de los cierres y el acelerado ritmo de las redacciones reflexione de manera constante sobre su práctica diaria. Menos frecuente aún es que un periodista gráfico revalorice un género como la entrevista y descubra para él  nuevas posibilidades comunicativas que van de la ficción al ensayo. Hacerlo significa  devolverle a la palabra el valor que realmente tiene en un momento en que el periodismo gráfico  -por lo menos el que se ejerce desde los medios más masivos- es considerado por quienes lo practican como un “pariente pobre”  de la televisión. Con honrosas excepciones, los periodistas escriben para un lector del que suponen que no lee y que, por lo tanto, necesita textos cortos y predigeridos y todo tipo de recurso gráfico –desde un recuadro a una infografía- capaz de engañar su entrenado ojo  de televidente con un intento de mimetismo con la pantalla. Rodolfo Braceli, un periodista de larga trayectoria y entrevistador consumado, desafía sin estridencias estos lugares comunes del periodismo actual  en Ciento un años de soledad. La entrevista como ficción y ensayo. En este texto Braceli realmente “toma la palabra” para dar cuenta de su riqueza y, al hacerlo, la postula como el arma por antonomasia  del periodista gráfico.
En la primera parte del libro pueden leerse dos entrevistas a Gabriel García Márquez. La primera ocurrió efectivamente y tuvo lugar en la casa del Nobel colombiano en Cartagena de Indias en 1996. Las segunda, en cambio, es una entrevista ficcional que el autor sitúa entre el 5 y 6 de marzo de 2029, fecha en que  García Márquez está por cumplir 101 años.
En la segunda parte, hay tres entrevistas ficticias. Los entrevistados son  Oliverio Girondo, Juan Rulfo y Henry Miller. Además, hay un encuentro entre Vincent Van Gogh y Franz Kafka  en el que el pintor intenta  alentar a su interlocutor y transmitirle algún optimismo.  A partir de la legitimación de la entrevista como ficción, el autor la toma también como una posibilidad de ensayo. Todos estos encuentros ficticios son, a su modo, verdaderos, ya que están tejidos con “hebras textuales” de los involucrados en el diálogo.  La entrevista ficticia con Girondo le permite hablar –ensayar - sobre la naturaleza de la realidad. Con Rulfo, en cambio, indaga sobre la ambigüedad física y metafísica , sobre la borrosa frontera entre la vida y la muerte.  Miller resulta el interlocutor ideal para referirse a la sexualidad exasperada como una forma de religión. A partir de esas hebras textuales que no le pertenecen, Braceli teje en su propio telar un nuevo dibujo. “En esta urdimbre –dice textualmente-  la prodigiosa colaboración del azar provoca asociaciones inesperadas. Uno, como autor de esta puesta en escena verbal, como  dije, cree candorosamente que maneja los hilos, pero de pronto los hilos lo manejan. En tales casos, ¿el autor qué hace? No se frena. Se deja tejer por su propio tejido. Resulta fascinante comprobar cómo frases escritas en otros  ámbitos, para otros fines, terminan ahora buscándose, contestándose, embarazándose, regenerándose entre sí.”
Ciento un años de soledad plantea preguntas y da respuestas acerca del viejo oficio del periodismo del que parece que está casi todo dicho. Una de las apuestas fuertes del libro es el señalamiento de  la labilidad de la frontera entre la entrevista y otros géneros literarios. Esta labilidad muestra, en primer lugar, algo que podría parecer una verdad de Perogrullo de no ser porque el periodismo suele olvidarla en su práctica diaria: la entrevista es un género literario, tan literario como el que más. Esto significa que la palabra ocupa en él el lugar central de la escena y que lo hace en su sentido más poético, no como mero vehículo de una “información”  sino como disparadora de asociaciones, evocaciones  y ambigüedades tal como corresponde a la palabra poética. No está de más recordar aquí que antes de que la comunicación fuera convertida en una “ciencia”, en algo tan específico y técnico que por momentos parece independiente incluso de la palabra, la historia del periodismo gráfico argentino la hicieron en su mayoría, escritores.  El propio Braceli asegura que no puede deslindar en él dónde termina el escritor y comienza el periodista.  Además, el autor se pregunta si, como se ha dicho en diversas oportunidades, la entrevista es un género en extinción. Su contestación es tan sencilla como cierta: puede no serlo si el periodista pone al servicio del género los cincos sentidos en vez de delegarle  su trabajo al grabador reduciendo así la entrevista a un mero “interrogatorio” que podría realizar cualquiera que llevara un puñado de preguntas bien aprendidas y las repitiera ante el interlocutor de turno. La observación apunta a mostrar nuevamente la entrevista periodística como un género que necesita de la creatividad del periodista para crear un clima que predisponga al entrevistado al diálogo e incluso a la confesión.
El libro tiene, además, el gran mérito de constituir una involuntaria lección de periodismo para todos aquellos que se están formando en el oficio o que lo ejercen desde hace tiempo y, a la vez, de resultar un texto interesante  para el lector que, ajeno al oficio periodístico, disfruta, sin embargo, con una gran entrevista y una excelente prosa que va de los ficcional a lo ensayístico.

 
   
 

Presentación del libro “Ciento un años de soledad”.
Levespectáculo con la actuación de Miguel Ángel Solá: “Un encuentro ilusorio con Gabriel García Márquez en el año 2029”.
Realizado en la ciudad de La Plata, el 22 de septiembre de 2012, en el Auditorio del Colegio de Abogados y con el auspicio de la Secretaría de Cultura y Educación del Club Estudiantes de La Plata.


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Diario UNO, Suplemento Cultura, 29 de septiembre de 2012