Del libro El último padre
(Ediciones de la Flor, 1974, 1978 y 2005.)

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(Fragmentos)
ADVERTENCIA:
El siguiente es el testamento del ÚLTIMO PADRE que, tal vez, hubo en la Tierra. Fue encontrado en el interior de una botella que flotaba en el espacio, dócil. Se procedió a destaparla, con las debidas precauciones. Del manuscrito, algo desteñido pero aún legible, se deduce que la Tierra, hace lejos, estuvo habitada por hombres y mujeres. Y que a ellos, cuando se besaban, les sucedían hijos. Vaya a saber por qué, eso fue prohibido, de gajo. Pero por lo menos un hombre y su compañera transgredieron la severa ordenanza. Él anotó en una especie de diario las peripecias y delicias de tan temeraria desobediencia. Alguien introdujo ese texto en una botella y la lanzó, no al mar, sino al Cosmos.

Presentimiento de la madera
He puesto madera
en la casita de tu vientre.
La puse con tierna furia.
Ayer me enteraste
que la madera
te está creciendo, y te palpita.
Tengo sobrados motivos
para sostener
que el dios con mayúscula que buscaba
soy yo
yo mismo
en traje
en carne y hueso,
no obstante los indicios
de mi calvicie prematura.

He puesto madera
en la casita de tu vientre
y la madera está creciendo.
Indudablemente
soy Dios.

(Lo que digo no es un decir.
Es la más pura verdad.
Dios anda suelto.
Hay que tener cuidado con él,
porque es medio
                           totalmente loco.)

2
Como medida precautoria
desde hace cuatro días
pregunto en todas las oficinas

si es cierto
que no queda nada de futuro

y
en tal caso

cuántos minutos de aire
hay en disponibilidad.

 

4
En la mitad del amor
una vez me dijiste:
-Sólo deseo vivir tres años más:
 hasta los treinta.

Sobre el final de la otra mitad, te pedí:
-Querida, sé buena,
 vive, por lo menos, un año más:
 hasta los treinta y uno.

Así, por días y por años.
Así, por infatigables sucesividades.

Mi amada tiene ahora doscientos veintisiete años.
Se conserva igual.
Anoche me reiteró lo de siempre.
Anoche le pedí lo de siempre,
un año, otro año más.
Y accedió, como tantas veces.

A todo esto, la gente nos mira con estupor.
Nos ve vivir vivir vivir.
Algunas personas
se han quejado directamente a Dios:
argumentan que gozamos de privilegios excesivos.

Dios les ha prometido tomar medidas al respecto.
Pero, la verdad, no sabe qué hacer.
Se limita a rascarse la cabeza
bostezar
y esperar

a que ella y yo
                         apaguemos la luz.

 

5
Abrí la puerta azul
con la mano de todos los días.

La vi en la cocina
con un pañuelo en la cabeza.

Antes de besarme
me pasó los dedos por la cara
para sacarme la ciudad.

Le pedí que se sentara,
que me escuchara con atención.
Le conté que había consultado a cierto médico
y que fue estricto en el consejo:
 
-¿Lo quiere hombrecito u hombrecita? 
-Hombrecito.

-Entonces, que su amada mire sol
cada vez que beba agua.

Entonces, que su amada coma
cosas que vengan de la madera
para que el venidero

le nazca con palito.

 

9
Les hablé
a los Hombres.

Les pedí que autorizaran espacio
para los brincos de Maderita.

Les pedí también
un poco de arena.
 
Y algunos pájaros.
Y las suficientes piedras.
Y dos o tres antiguos colores.
Y, claro, un poco de aire.

Me respondieron:
“Lo vamos a considerar”.

 

10
No he tenido respuesta.
Por eso dejo escrita una solicitud
para que alguna vez Maderita
la presente ante quien corresponda.

La solicitud,
sumamente desesperada,
sumamente triste,
dice así:

“Señores Hombres,
gentes humanas,
por intermedio de la presente
les pido
que me permitan vivir.

Lo juro por el Arco Iris:

seré honrado:
no juntaré piedras.

Seré decente:
no pensaré en árboles.

Seré legal:
respiraré con discreción.

Seré razonable:
no cometeré el amor.
No incurriré en ternura.

Besaré poquito.”

 

Cartas a la madera

15
(Carta,  para leer
en ayunas.)

“Maderita:
todavía tienes el privilegio del vientre.

Dios aquí está en discusión.
Averigua
averigua ahora
antes de amanecer a la rutina
si existe o no.

Averigua
averigua ahora
porque aquí afuera,
adentro de la Tierra,
nos quedamos ciegos.

Y no es posible constatar nada.”

21
(Carta, para leer
con la camisa bien desprendida.)

“No sufras
por lo que no merece ser sufrido.

Hay cosas que respiran
y cosas que no.
Ésa es la señal.

No te demores
en lo que no puede ser tocado.

En cuanto a la civilización, te diré:
es una actividad como cualquiera otra.
Empezó como simple distracción:
engendró un ruido
y otro y sucesivos ruidos.
Ya se ha comprobado
que la muy señora
no es otra cosa que la evolución del ruido.

La historia consiste
en esa renovada alternativa:
cada día
el ruido
cambia de sonido, de aspecto.

Mientras tanto,
los menesterosos del acontecer
dicen, dirán
que la civilización avanza.

Mientras tanto,
la sangre se retuerce
y hace otro ruido,
un ruido esencial, peligroso

que está muy prohibido escuchar.”

25

(Carta, para leer
silbando, en plena noche y con relámpagos.)

“Recuerda:
a la orilla de tu codo

habrá aire.

El aire tocará la totalidad.

Te codearás con el universo.”

 

La madera crece: Ella teje. Yo pinto

30
Pinto
con un pantalón viejo muy querido.

Ella
milagra la harina en panes.

Los dos cantamos cierta canción:
   El sol nunca tuvo dientes…
   el sol es flaco de piernas  
   y gordo de cara…
   el sol madruga y a Dios lo ayuda…
   el sol no usa lentes ahumados...
 
Es una canción, cómo decirlo,
es una canción muy tonta
que nos deleita siempre.

La vida demora su acontecer,
nos mira,
se relame,
se sonríe.
La vida abre sus postigos
para gozarnos.

Se muere,
se nace de gusto la vida.
Y todo, por nosotros.

 

37
Aguardamos, le damos tiempo a la madera.
Ella teje.
A veces, de improviso,
me muestra sus pechos,
pero antes debo prometerle
que no gritaré.

Ella teje.
 
A veces se arrodilla
junto a mi cuerpo horizontal
y me asegura que Maderita tendrá mis cejas,
tendrá mis gestos.

Yo me derrito.

Yo me debilito.

Ella entonces me da uvas:
las que se cortan del racimo
y las que tiene en cada pecho.

Después
le pido lo de siempre.
Y ella accede:
se acuesta para que yo apoye mi oído
en su montaña desmedida.

Yo trato de escuchar lo que no se puede.

Me pongo a sospechar cosas
excesivamente hermosas.

40
En el suelo, en el piso del mundo
hay una piedra lisa, suave
que va a ser
la frente que tendrá mi hijo.

Por eso camino
con sumo cuidado.

Por eso ando descalzo:
para que amanezca sin magullones,
para no despertarle el silencio.

(Ya vendrá el día
en el que podrá mirar
lo que está afuera de los ojos.
Pero ahora que duerma,
que duerma,
que acumule la sangre imprescindible.)

Hay una piedra
que es la frente
que tendrá mi hijo.

(Ustedes,
por piedad,

caminen,
pero pisen con ternura.)

 

42

Quieto
quieto mundo:

¡saltó la madera!
¡Hay otro más que ahora respira!

Volteo una puerta, corro enloquecido,
pateo sin miramientos.
Subo de un salto al techo de un auto
en movimiento.
Ya es suficiente.
 
(…)

Puedo desplomarme, y me desplomo.

Cuando recupero la mirada
estoy en un furgón.
Sé que me ocultarán con cerrojo.
Habrá juez.
Habrá testigos.
Habrá fiscal con caspa que dirá:

“Puso madera en la casa de un vientre.
Esa madera ya respira.
Además, por si esto fuera poco,

ha expresado en voz alta su alegría.

Por todo lo anterior
pido para el acusado
la suma condena.

Insisto, y téngase muy en cuenta:

ha expresado en voz alta su alegría”.

 

44
Hubo sentencia.
Mi condena será doble.

La primera:
durante siete veranos consecutivos
deberé pintar de gris
todas las cosas y casas
que memorien los antiguos colores.

La segunda:
se ha organizado una cadena de mitines
para que yo
desprestigie al Sol.

 

47

No he podido dormirme.
El mundo hace un ruido descomunal.
Me asomo nuevamente
a lo que hay afuera de mis ojos.

Me asomo
para saber cómo es la sed,
para saber en qué consiste
el dolor
el amor
la traición
la hipocresía
y todas esas cosas
que brotan en los hombres
a medida que se hacen adultos
y se adulteran.

Me asomo para saber
cómo suceden las jornadas
veintisiete siglos después de aquel siglo
que al parecer
ya era el último…

 

48
Sin dormir
no se puede estar despierto.
La nuca ya es una mochila de mis ojos.
Estoy a merced de la fatiga.

Pero debo ser fuerte.
No tengo que bostezar delante de mi hijo
distante.

Es momento de decir adiós.
Rememoro con mi último furor
la calidez de aquel vientre temerario.

Toco,
dejo el sabor de mi piel en las cosas
que están a mi alcance:
por aquí alguna vez
pasará Maderita.
Y será tocado por estos objetos ya tocados.
Y será subrepticiamente abrigado, defendido
sin que él lo sepa.
Por eso dejo piel adherida
en todo lo que puedo.

Abandono mi pincel:
he concluido con el humillado color gris.
Mansamente me pongo en cuclillas, y digo:
-Hasta nunca más, historia.
Yo moriré, lo reconozco.
Pero mi hijo, no.
¡Pero mi hijo, no!

Él, no.

 

49
Este aire
que me entra y que me sale
hace ya falta
para el pecho creciente de Maderita.
Devoro una bocanada más, la final.
Aprieto los labios.
Dejo de respirar.
Digo mis últimas palabras
despidiendo pausadamente mi poco aliento
aún disponible.

–Oíme,
pedacito de carne.
Soy tu padre.
Oíme,
debes ser ferozmente egoísta con el aire.
Búscalo, atrápalo, no lo dejes escapar.

Te dejo mi poco de aire.
Te dejo algo de mi oficio:
hacer fabuloso lo pueril.
Te dejo mi espacio
mi pincel
y un pantalón que, remendándolo un poco,
te podrá servir.

Sé fuerte.
Yo soy de los que se mueren.
Y me ha llegado el momento.
Adiós, poquito de sangre.
Adiós, poquito de hombre.

Te beso definitivamente:
en los puños,
en la frente,
en los dientes.

Te miro la mirada.

No llores, Maderita: ¡respira!

¿Puedo aconsejarte algo?
Ya sé, aconsejar no es aconsejable.
 
Pero, de todas maneras,
te ordeno vivir

te ordeno vivir
¡para que no se pierda la costumbre!